Cómo recuperar la valoración personal
La autoestima es la valoración que hemos construido a lo largo de nuestra vida en relación a nosotras mismas, a nuestras habilidades, capacidades y virtudes. Es decir, es el monto de afecto que sentimos hacia nuestra persona en base a lo que creemos, sentimos y pensamos sobre lo que somos.
La autoestima se ve manifestada tanto en el vínculo que establecemos con nosotras mismas como con los demás.
Con nosotras mismas podríamos pensar si solemos felicitarnos, gratificarnos y reconocernos, o por el contrario, si solemos criticarnos, juzgarnos y compararnos constantemente sin beneficio alguno.
Con respecto a los demás, nuestra autoestima se verá reflejada en el tipo de vínculo que establecemos con otros, es decir, si son vínculos de confianza, libertad, apoyo y crecimiento mutuo, o si solemos establecer vínculos en donde prevalece el malestar, la competencia, los celos, la envidia o cualquier sentimiento de frustración, estancamiento humillación y hasta algún tipo de violencia o maltrato, ya sea emocional, físico o mental.
Es decir, una elevada autoestima se verá reflejada en una buena relación con nosotras mismas y con los demás desde el bienestar, la libertad y el cuidado personal y mutuo.
Por el contrario, una baja autoestima quedará expuesta en un vínculo tóxico con nosotras mismas, donde no hay autocuidado físico, mental y emocional, y por lo tanto las relaciones con nuestros entornos y con los demás se verán afectadas de igual modo.
Uno de los principios de correspondencia dice: “Cómo es adentro, es afuera.”
Esto quiere decir que mientras nuestra estima personal sea fuerte podremos vincularnos con el afuera sanamente, pero mientras nuestra estima personal esté “devaluada” y sea deficitaria, nuestro vínculo con el entorno y con el resto, estará devaluado y será deficitario.
¿De qué manera se va formando en nuestras vidas la valoración personal?
La formación de nuestra estima personal se va desarrollando desde que estamos en el vientre materno. La valoración que tengamos de nosotras mismas está íntimamente relacionada con el cómo fuimos pensadas, sentidas, valoradas, reconocidas, habladas, tocadas y miradas, desde nuestra más temprana edad y desde nuestra concepción.
Una vez, una maestra de vida me dijo: “Dile a un niño o niña que Papá Noel llegará a las 12 en punto de la noche con sus renos voladores a traerle un regalo y ese niño o niña estará esperando, sin duda alguna, ver llegar a Papá Noel”. Lo que se demuestra con esto es que todo lo que se le diga a un niño lo cree, literalmente.
Nosotras hemos creído todo lo que nos han dicho o lo que hemos percibido de nuestros primeros vínculos de apego sin dudarlo por un segundo.
Si nuestros padres nos trataban con amor, paciencia y tolerancia, si nos acompañaban cuando más los necesitábamos y nos impulsaban a crecer de manera amorosa y respetuosa, habremos crecido con la creencia de que somos valiosas y merecemos ser amadas por nosotras mismas y luego por los demás.
En cambio, si hemos crecido en un entorno con menor grado de conciencia, si hasta ha sido hostil o violento, nuestra creencia de toda vivencia implícita o explícita será que no valemos y por lo tanto, no merecemos amarnos y ser amadas.
¿Esto quiere decir que nuestros padres o modelos de crianza son culpables? No. Esto quiere decir que hicieron lo que pudieron con sus propias experiencias y conocimientos. Esas personas deben haber sido, mínimamente, maltratadas del mismo modo.
Esta revisión no es con el fin de culpabilizar a nadie, porque las culpas siempre buscan un castigo. Lo que buscamos a través de esta revisión es tomar consciencia de cómo se ha construido y cómo hemos aprendido sobre nuestra valoración personal con el fin de darnos cuenta que así como hemos adoptado y construido esas creencias respecto a nosotras mismas, del mismo modo hoy podemos desaprenderlas y deconstruirlas para volver a crearlas en función de lo que realmente somos, queremos y valoramos.
Consecuencias de la falta de valoración personal
Una baja autoestima es un círculo vicioso que se retroalimenta a sí mismo a través del modo en que nos relacionamos internamente.
Este modo se caracteriza, en general y a grandes rasgos, por las siguientes acciones y actitudes:
Nos criticamos despiadadamente y sin pausa.
Somos nuestras juezas más severas.
Nos comparamos todo el tiempo, y lo peor es que siempre “nos faltan 5 para el peso”.
Nos exigimos cambios y soluciones inmediatas. No nos tenemos paciencia para atravesar el proceso.
No confiamos en nosotras, en nuestras capacidades, habilidades ni en nuestra intuición (que no es más que nuestra sabiduría interior).
Esto no sólo repercute en nuestro estado interno y en cómo se manifiesta, sino que además afecta el modo en que nos vinculamos con las demás personas y con los entornos en que nos desenvolvemos.
Por ejemplo, entablar y sostener relaciones tóxicas es un signo de baja autoestima. Cuando no nos valoramos, no confiamos en nuestras habilidades, en nuestras decisiones ni en nuestra capacidad de acción. Caemos entonces en la falsa creencia de que otro u otra lo puede y sabe hacer mejor, creemos que necesitamos del otro (ya sea una pareja, familia, un trabajo, etc.) y depositamos esa falta de amor propio en una responsabilidad externa. No lo tenemos dentro, creemos que podremos conseguirlo fuera, y por ende lo haremos a cualquier costo. Lo que a su vez deriva en no conocer nuestros límites y por ende no saber establecerlos. Caemos en dependencia emocional y económica por no conocer nuestras capacidades y mucho menos confiar en ellas. Terminamos en todo tipo de relaciones por (falsa) necesidad y no por elección.
Si somos madres, este aprendizaje será heredado por nuestros hijos. Ellos también aprenden con el ejemplo, y no sólo con lo que decimos. Si ven que su mamá no respeta sus propios límites, si no dedica tiempo a su cuidado interno y externo, si no valora sus propias capacidades, si no es libre y no vive en bienestar; ellos considerarán que esas cosas no son importantes, y por lo tanto tampoco las cultivarán para sí mismos.
Cuando tomamos consciencia ya no podemos escapar a la responsabilidad. Este aprendizaje es parte de nuestro crecimiento y madurez emocional.
Comprender de dónde venimos, perdonar y perdonarnos, sabiendo que hicieron y que hicimos lo mejor que pudimos con las herramientas y nivel de consciencia que teníamos en ese momento, nos permite liberarnos de las culpas y culpabilidades, integrar los aprendizajes y desde allí empezar a construir con consciencia y benevolencia.
Es decir, el aprender a amarte, ahora depende de vos misma. Hacer el trabajo, hoy es tu responsabilidad.
Cómo recuperar la autoestima
Los primeros pasos que debemos dar para comenzar a recuperar la autoestima son:
Revisar las creencias que nos limitan,
Poner atención y consciencia en nuestro trato interno,
Conocernos para rescatar nuestras virtudes y trabajar en integrar nuestras sombras.
Una de las mejores formas de conocernos mejor y recuperar nuestra autoestima es invirtiendo en un acompañamiento profesional responsable que nos guíe en el proceso. Teniendo siempre en cuenta la importancia de comprometernos a realizar la tarea y a tener y tenernos paciencia durante el viaje.
Trabajar en la construcción de una estima personal fuerte y elevada nos permite conectar con nuestras capacidades y nuestros valores.
A partir de allí, el mundo es un mundo de abundancia ilimitada donde nada de lo que queramos construir estará fuera de nuestro alcance porque sabremos que, aunque puedan presentarse dificultades, tendremos la capacidad de superarlas, confiando en nuestros recursos y en nuestra habilidad de pedir y aceptar ayuda.