Maternidad en soledad
Soltera, viuda, casada, separada, divorciada... la realidad es que somos madres, lo demás tiene que ver solo con un estado civil. Pero en términos generales, la categoría “madre soltera” suele hacer referencia a las mujeres que criamos a nuestras hijas e hijos en soledad, donde no existe una real co-responsabilidad con el padre o progenitor.
Cabe aclarar que, cumplir con la cuota alimentaria y régimen de visitas, es cumplir en términos legales y de derechos del hijo o hija que se tenga en común. Eso no exime a ninguna de las partes de las demás responsabilidades que conlleva la crianza, cuidado y protección de un menor, a nivel físico, psíquico y emocional.
Lo cierto es que muchas mujeres, aún viviendo en pareja, de igual modo crían solas.
¿Cuáles son los principales dolores de las madres solteras?
El principal dolor de una madre que cría sin un compañero responsable, es la carga mental, física y emocional que conlleva la crianza de un hijo o hija, al recaer al ciento por ciento en una sola persona. En este caso, en la madre.
La angustia que genera dicha carga mental y emocional, al no tener respiro, se mezcla con la culpa por sentirla, en una sociedad que romantiza la maternidad y no perdona cualquier otro sentimiento que no sea el de una eterna felicidad permanente, infantil e imaginaria.
Ninguna persona, ningún ser humano, vive en un estado constante de alegría, ¿por qué debería vivirlo una mujer al convertirse en madre? Ciertamente la maternidad genera muchos cambios, moviliza muchas emociones, historia y vivencias. Pero no en todas repercute del mismo modo y en cada etapa.
Existen tantas formas de vivir la maternidad como personas gestantes en el mundo.
La maternidad es una construcción y un aprendizaje permanente. Hasta que no integramos esta comprensión, sufriremos no vivir la maternidad romantizada que nos han enseñado como único modelo posible.
Muchas mujeres viven con vergüenza la crianza en soledad, como si fuera nuestra culpa o responsabilidad el abandono o desinterés de la otra parte responsable. Otras prefieren permanecer en vínculos tóxicos o insisten en ellos con tal de no ser juzgadas.
Esto sucede porque aún debemos terminar de deconstruir la idea de un único modelo de familia y de la mujer como única responsable de los roles de crianza y cuidado, además de la idea de que debemos poder con todo solas, como algo instintivo y natural.
La maternidad en estos términos nos aísla, nos deja solas, desgastadas y vulnerables. Con o sin compañía responsable, tenemos que volver a los orígenes y habituarnos a criar en tribu, en redes de contención reales y empáticas, sin juicios ni exigencias basadas en estereotipos irreales e inalcanzables.
Las mujeres solemos (en el 99,9 % de los casos) ser culpabilizadas por los y las demás ante la noticia de un embarazo no programado.
La sociedad aún carga ese estigma sobre nosotras, bajo miles de (falsas) excusas, como: “quiso retener a su pareja”, “quiere dinero”, “es una despechada”, entre miles de otras. Como si fuéramos las únicas adultas e informadas en la relación, sobre cómo se gesta un ser humano y cuáles son los métodos anticonceptivos.
Esto repercute luego en la capacidad de exigir y demandar cuota alimentaria, régimen de visitas y cualquier pedido para que sea cumplida la responsabilidad parental, porque no queremos reforzar ese estigma que aún no hemos podido terminar de deconstruir en nuestro interior.
Consecuencias de la maternidad en soledad
Las consecuencias de criar en soledad, suelen estar relacionadas con:
Angustia y malestar emocional, por sobrecarga mental.
Profundización de nuestra desvalorización personal, por creencias limitantes respecto a nuestro rol como mujeres y madres.
Frustración por no haber construido el tipo de familia que impone la sociedad.
Insistencia en relación tóxica debido a la falta de valoración personal y mandatos no revisados.
Dificultades y dependencia económica por falta de información sobre derechos y deberes parentales.
Estancamiento en el desarrollo personal y profesional.
¿Esto quiere decir que debemos salir corriendo en busca de una pareja? Claramente no. Esto quiere decir que es nuestra responsabilidad buscar redes y espacios de contención personal y profesional, que oficien de sostén mientras sintamos que no podemos solas con todo.
Significa estar informadas sobre nuestros deberes y derechos, así como los de nuestros hijos e hijas.
Significa gestionar espacios amorosos reales, para no caer en la falsa sensación de necesitar de alguien que no está presente, ni disponible.
¿Por qué nos sentimos desvalorizadas?
La desvalorización personal está íntimamente relacionada con mandatos sociales y familiares, y las creencias limitantes que hemos construido en torno a ellos, respecto de lo que se supone debemos ser y alcanzar como mujeres y madres. Es decir, quedar solas frente a la crianza trae aparejado culpas y por lo tanto castigos.
La culpa que nos carga la sociedad como responsables de no haber podido cumplir nuestro rol de mujer que construye y sostiene (a cualquier costo) una familia denominada “tipo”. La consecuencia de esta “herejía” será cargar con los juicios sociales y además con las cargas emocionales, mentales, físicas y económicas, que conlleva acompañar y sostener el buen crecimiento y desarrollo de un o una infante.
La poca valoración personal y las relaciones tóxicas se asocian como un laberinto circular, donde la falta de amor propio, confianza en nuestras habilidades y capacidades, el no sentirnos merecedoras y abundantes, nos crea una dependencia con otras personas en la creencia de que solo pueden salvarnos los de afuera. Nada está en nuestras manos, desde esta visión, no podemos solas y mucho menos sin esa persona en particular. Sobre todo si cargamos con mandatos de familia tan fuertes, donde el destino y realización de la mujer se asocia a las tareas de cuidado, hogar y crianza. Es decir, la relación tóxica de pareja viene de un aprendizaje de vínculos tóxicos dentro del núcleo familiar.
Tomar el control de nuestras vidas
Para reconstruir nuestra valoración personal y tomar el control de nuestras vidas, necesitamos en primer lugar, decidirnos a TOMAR ACCIÓN.
Salir del lugar de víctimas es el primer paso. Lo cual no tiene que ver con hacer todo solas, sin ayuda o contención. Sino con trabajar —con acompañamiento terapéutico, por ejemplo— en nosotras, en nuestro desarrollo y crecimiento personal.
Los puntos principales a trabajar son:
Autoconocimiento
Valoración personal
Deconstrucción de creencias limitantes respecto a nuestro rol de mujer y madre
Relaciones tóxicas (sanando heridas primarias y niña interior)
Responsabilidad emocional
Proyección a futuro con objetivos claros, reales y concretos
Sanar nuestros vínculos primarios y sanar a nuestra niña interior, es el lugar de partida para poder comenzar a gestionar una relación amorosa, sana y compasiva con nosotras mismas, y por ende con todo lo demás (hijos, pareja, familia, amigos, trabajo).
Sanar el pasado nos permite dejar de reproducir en el presente patrones inadecuados, de manera automática. Así podemos tomar consciencia de qué vínculos gestionamos y cuál es nuestra responsabilidad emocional.
En mi experiencia personal, mi cambio comenzó cuando decidí tomar acción, cuando me cansé de sentir pena de mi misma. No se trata de ser heroínas, sino de soltar la necesidad de ser comprendidas y consoladas, para dejar salir nuestra propia capacidad de buscar los recursos necesarios, que nos conduzcan a tal fin.
Darnos la posibilidad de gestionar nuestros dolores y emociones con responsabilidad y ayuda profesional, es el primer paso.