Paola Bossi

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El despertar y la deconstrucción de las mujeres

No es novedad que vivimos, hace siglos, e incluso milenios, en una sociedad patriarcal. Pero, ¿qué significa esto?

“Una sociedad patriarcal es una configuración socio-cultural que otorga al hombre predominio, autoridad y ventajas por sobre la mujer, quien queda en una relación de subordinación y dependencia”.

Fuente: concepto.de

Si bien no es el fin de este artículo hacer una revisión histórica de las causas y origen de este tipo de sociedad en la que vivimos, es interesante al menos definirla para saber de qué estamos hablando y comenzar a analizar, cuestionar y comprender nuestra vivencia, experiencia y biografía actual.

Es claro además que en los últimos tiempos las mujeres y colectivos hemos alzado la voz con mayor intensidad y persistencia. Ello nos ha llevado, inevitablemente, a ver y escuchar reclamos, situaciones, acontecimientos, desigualdades, quejas, pretextos, excusas -independientemente del género- que antes no se develaban, permaneciendo en las sombras.

Ante estas situaciones y reclamos no nos quedó más opción que pensar al respecto, reflexionar, cuestionar, producir una opinión, identificarnos en algunos casos, negarlos en otros, o incluso resistirnos. Nadie quedó exento de este proceso.

El patriarcado, y el machismo como consecuencia, no solo es una construcción social y cultural, sino que como tal, se convierte en una representación interna. Es decir, naturalizamos e internalizamos en nuestra forma de pensar, sentir y vivir este modelo social. Porque así nos lo enseñan y porque así al menos pertenecemos y por lo tanto garantizamos nuestra subsistencia.

Claro que estas formaciones e internalizaciones son más a nivel inconsciente que consciente y por tanto, las reproducimos de modo automático y así vamos trasladándolas de generación en generación.

La cultura contribuye, refuerza y profundiza ciertas problemáticas cuando no las aborda de manera colectiva y cuando les da la espalda, las niega o las naturaliza. Y sobre todo cuando las reproduce incesantemente en cada medio de comunicación e interacción como modelo necesario de construcción y pertenencia.

Como cuando asume que debemos llevar adelante la crianza de nuestras hijas e hijos solas, “porque madres”; cuando naturaliza que la carga del hogar recaiga sobre nosotras, “porque mujeres”; cuando acepta que posterguemos nuestro crecimiento intelectual y profesional, “porque madres”; cuando nos culpabiliza por volver a una relación violenta y tóxica, una y otra vez.

La sociedad suele evadirse porque asume que existe una culpa individual por aceptar ciertas condiciones, sin tener en cuenta -y también por ignorancia-, que todos somos el resultado de una cultura milenaria que resiste al cambio.

De todas formas ello no nos quita ni responsabilidad, ni mucho menos el poder de gestar un cambio interno, de consciencia, que nos posibilite crear otra historia y trascender estos dolores que solemos compartir muchas mujeres.

Y hablamos de responsabilidades, no de culpas. Las culpas siempre implican la necesidad de un castigo posterior, porque hicimos algo “malo”. Las responsabilidades nos ubican en un lugar de madurez, nos otorgan la capacidad de reflexionar sobre nosotras mismas y nuestros actos con el fin de modificarlos (de ser necesario) para trascenderlos y crecer.

Entonces, ¿cuál es nuestra responsabilidad en todo este asunto? 

La tendencia de despertar

Si estás aquí es porque has empezado a despertar y buscas un camino, y alguien con experiencia profesional y personal que pueda acompañarte a recorrerlo.

Empezamos a despertar cuando cuestionamos los lugares comunes, esos que nos asfixian y nos sofocan. Lugares donde nos hemos sentido empujadas a ir, pero que nadie nos preguntó si realmente queríamos. Si realmente lo deseábamos.

Las mujeres empezamos a despertar cuando empezamos a atrevernos a desear más que ser servicio, complacencia y sumisión. Cuando nos animamos a salir al mundo y ver una infinidad de posibilidades que deseamos sean nuestras. Cuando nos cuestionamos si la maternidad es o no para nosotras, si queremos correr tras un reloj biológico o dejar que las cosas sucedan con el fluir de la vida. Y no me refiero a la maternidad como un hecho fortuito y descuidado. Sino como una posibilidad que puede construirse sin correr detrás de ella.

Cuando cuestionamos el tan trillado cuento de la princesa y el hada madrina, y ya no esperamos ser rescatadas por alguien vestido de azul en un caballo que no galopa a nuestro ritmo. Porque más tarde que temprano nos dimos cuenta que esa espera, que ese deseo de ser deseada y amada pasivamente como un reconocimiento externo y necesario, nos deja más marcas en el cuerpo y en el alma que un simple y romantizado rímel corrido por el llanto.

Cuando nos cansamos de trabajar para (sobre)vivir y queremos conocer nuestros dones singulares y entregarlos al mundo con la ilusión y la certeza de que esa acción se convertirá en un intercambio, retornando como fuente de abundancia material además de emocional y espiritual.

Cuando nos cansamos de ser y hacer para que nos vean, nos acepten, o para encajar en algún modelo que nos haga el camino supuestamente menos pesado. Cuando queremos conectar con nosotras, aceptarnos, perdonarnos y amarnos tan profundamente que no nos quede más opción que dar amor de tanto que nos rebasa en nuestro interior. Amarnos sin peros ni condiciones. Eso que se supone debemos encontrar afuera, en otro, para sentir que somos y existimos, en realidad lo tenemos que construir en nosotras, para no depender de que ese otro tenga esa disponibilidad, que además no le corresponde.

Cómo incentivar el despertar

Cuando no hay pregunta, no hay análisis, no hay cambio.

¿Esto quiere decir que cambiaremos una configuración sociocultural milenaria sólo con preguntarnos al respecto? Claramente no, pero es el primer paso necesario y fundamental de cualquier cambio. Al menos a mi entender. Y como consecuencia del análisis posterior, vendrán las posibles acciones desde lo individual y desde lo grupal para gestionar el cambio, si es que así lo decidimos.

¿Cuáles son las propias construcciones, creencias y valores respecto al lugar que ocupamos como mujeres en la sociedad?

¿Qué pienso y creo respecto a mis posibilidades de desarrollo personal y profesional?

¿Cuáles son mis creencias respecto a mi lugar en relación a los hombres?

¿Cómo son repartidos los roles en mi hogar?

¿Son las mismas disposiciones de cuándo era pequeña?

¿Qué lugar siento o creo que ocupo en las distintas esferas en las que me desenvuelvo? (hogar, trabajo, familia, etc.)

¿Cómo veo, percibo y hablo de otras mujeres?

Poder preguntarnos nos da la posibilidad de ver en las respuestas, si somos honestas con nosotras mismas, nuestro propio sistema de creencias.

Luego llegará el momento de animarnos a desentrañar prejuicios, creencias limitantes, pensamientos negativos, respecto a quiénes somos como mujer y por tanto qué lugares merecemos y podemos ocupar. Realizarnos preguntas nos abre las puertas al cambio que anhelamos y que hasta el momento quizás no nos hemos atrevido a incursionar.

Y aquí sí hablamos de una responsabilidad, en principio, individual, que luego nos permitirá impactar en todo lo demás.

En ocasiones lo más difícil no suele ser el tomar consciencia sobre la necesidad de gestionar un cambio desde nosotras y para nosotras. Al menos en primera instancia. Una vez que entramos en conocimiento de que el poder de gestionar ese cambio está en nuestras manos, aparecen los miedos disfrazados de excusas.

  • No puedo.

  • No voy a lograrlo.

  • No es para mí.

  • Todo me sale mal.

  • No sirvo para esto.

  • No tengo dinero.

  • No tengo tiempo.

  • Nadie cambia.

  • A esta edad no se puede cambiar.

  • Ya es tarde para: cambiar de trabajo, estudiar una carrera, dedicarme a lo que me gusta.

  • No se puede empezar de cero.

  • Sola, no voy a poder.

Estos dolores que solemos compartir las mujeres, tienden en un principio a querer manifestarse de manera sutil. Quizás comiencen a expresarse con pequeños síntomas, a modo de bucle temporal, donde las mismas circunstancias parecen repetirse una y otra vez. O a modo de pequeños accidentes o casualidades, hasta que, hartos de no ser escuchados y atendidos, como niños reclamando la atención de mamá cuando no desvía ni un segundo la vista de la compu al son de “tengo que trabajar”, se organizan cual sindicato, plantan bandera y hacen huelga todos juntos.

Entonces sentimos de repente que se nos vino el mundo abajo y nosotras ni nos dimos cuenta. Preguntamos ¿qué pasó?, ¿por qué a mí?. Si yo he sido tan buena, si he cumplido con todo y con todos, si he hecho cuanto me han pedido. Cuando en realidad, de tan conectadas con el afuera, nos desconectamos con el adentro y nos olvidamos de cómo escucharnos, cuándo atendernos. Nos olvidamos de validar lo que sentimos, de darle un lugar y ocuparnos de ello.

Cuando las consecuencias de no asumir responsabilidad y no tomar acciones sobre lo que nos sucede se transforma en síntomas emocionales y físicos, conductas repetitivas indeseadas, enojo con nosotras mismas, frustración en diferentes ámbitos de nuestra vida, relaciones conflictivas con nuestros hijos, vínculos tóxicos con otros, insatisfacción laboral, sensación de falta de propósito, entre otras cosas; nos vemos casi empujadas a pedir socorro, sin saber muy bien por dónde empezar.

Pero si aún no has llegado a ese límite y sientes la necesidad de hacer algo al respecto antes que todo esto suceda, algunas opciones que abordamos y trabajamos en mi Terapia de Deconstrucción, son:

  • Buscar acompañamiento profesional.

  • Acercarnos a otras mujeres con quienes empaticemos.

  • Dejar de juzgarnos y juzgar a otras, cada una lleva su proceso a su tiempo.

  • Empezar a apartar tiempo para conectar con nosotras mismas y cosas que nos guste hacer. O al menos, si aún no lo tenemos claro, darnos la oportunidad de explorar.

  • Establecer objetivos claros y reales.

  • Conectar con nuestro propósito.

  • Conocernos y trabajar en el desarrollo de la autoconciencia y el amor propio.

Deconstrucción: un viaje hacia atrás y hacia adentro

Cuando hablo de deconstrucción me refiero al desarrollo de nuestra capacidad de autoconsciencia, de conocimiento y revisión de nuestra propia historia familiar y cultural, y a la posibilidad de cuestionar mandatos y sistemas de creencias desactualizados, con el fin de crear nuevos, en función de la historia actual y de quienes somos realmente.

Cambiar algo implica conocer lo que sucede, y por lo tanto, requiere revisión y ajustes. Para ello necesitamos conocer el panorama completo. Es decir, debemos revisar sus bases, sus orígenes, conocer sus fundamentos, cuestionarlos y actualizarlos en función de mayor bienestar y libertad.

Un profundo conocimiento y comprensión de quiénes somos no es tarea sencilla. En general creemos poseer un alto grado de autoconocimiento hasta que se nos invita a reflexionar al respecto y no sabemos por dónde empezar o simplemente hacemos una descripción de algunas características de nuestra personalidad.

Responder a la pregunta “¿quién soy?” suele generar bloqueos, lagunas mentales, resistencias. Porque en verdad no sabemos bien quiénes somos, debido a que no tenemos la práctica ni el conocimiento de cómo reflexionar al respecto.

Saber quiénes somos, cómo nos hemos ido construyendo y desarrollando en función de nuestras experiencias, cómo ha influido nuestra familia y la cultura en nuestra manera de ser y estar en el mundo, nos permite evaluar y discernir qué está en sintonía con nuestro verdadero ser interior y qué es una construcción en función de adaptarnos a las circunstancias, mandatos y demandas externas.

El autoconocimiento es el primer eslabón hacia el crecimiento y desarrollo personal. Es el primer paso hacia un amplio y profundo proceso de transformación que, a mi entender, inicia con el conocimiento real de una misma para poder, desde allí, establecer objetivos y definir los cambios que consideramos necesarios efectuar, con el fin de alinearnos a nuestro verdadero ser interior.

El desarrollo y crecimiento personal es un camino de autodescubrimiento, de autoconsciencia hacia la libertad psíquica, emocional y espiritual. Donde el poder de construir bienestar y abundancia está en nuestras manos.

Conocer nuestro propósito de vida es conectar con el sentido y fin de nuestra existencia. El propósito es aquello para lo que sentimos que estamos hechas, es lo que nos motiva, nos impulsa a la acción. Una acción con sentido y significado personal. Sin autoconocimiento definir nuestro propósito se torna como un laberinto casi intransitable.

La importancia de conocer nuestro propósito y ponerlo al servicio de los demás radica en el impulso vital que nos otorga la sensación de una vida llena de sentido más allá de los reveses o contradicciones que puedan surgir. Poder desarrollarnos a través de nuestro propósito nos permite, además, crecer en autonomía y libertad para ser y hacer.

En mi experiencia personal, el propósito es una construcción diaria. No es estático e inamovible. Aunque tiene cierta estructura y fundamento, persigue un objetivo.

Encontrar el propósito es como encontrar la punta de un gran ovillo. El desafío es atreverse a desenrollarlo e ir descubriendo en el “mientras tanto” sus matices y nudos. Es hacer una pausa cuando sentimos que no hay más nada por hacer, cuando la motivación parece agotarse, hasta volver a encontrarnos con el sentido por el cual nos encontramos desanudando ese ovillo en un principio.

Acompañar a otras mujeres en su desarrollo personal, a superar sus dolores, a atreverse a dar el salto, a aprender a amarse, a descubrir en esa búsqueda de sí mismas su propósito, es lo que me motiva e impulsa a vivir mi trabajo no como un medio de subsistencia, sino como un fin en la vida.

Descubrir en sus miradas renovadas e iluminadas la sorpresa de sus capacidades, de sus dones y animarse a ir por más, a conquistar sus deseos, es lo que me impulsa a seguir desanudando a su vez, mi propio ovillo.

La terapia holística entendida como una visión y un abordaje integral de los dolores que atravesamos como mujeres, es el medio por el cual logré mi propio crecimiento y desarrollo personal, y es por eso que hoy aplico a través de mi terapia de deconstrucción este tipo de mirada, sabiendo que su alcance y resultados generan un real y duradero impacto en la vida de las mujeres que consultan.